No hay pecado alguno en la palabra que atormente los sentidos. Francisco Sevilla Alguna vez la profesora Laura Antillano me dijo, en una clase de Literatura venezolana, en los predios de la UC, que: "No leemos a los demás, nos leemos a nosotros mismos a través de los demás" y nunca sentí esta frase tan mía, como cuando leo, a cada instante, casi como un ritual, a Piel de Sueño (1997), editado por el Gobierno de Carabobo, del poeta José Joaquín Burgos. Cómo decir, que yo soy esa princesa de la Casa Encantada, que no es Emily Dickinson su verdadera dueña, que soy la maga de sus sueños, la fugitiva que se pierde entre las sombras, que cada verso me traspasa como flecha y quedo, como siempre, dando vueltas en sus Transfiguraciones ? ¿Cómo decir que ardo sola, en la inmensidad de la noche, y que ya no puedo apagar este fuego? ¿Cómo decir, que andaba perdida y llena de vacío, y que ahora soy la cayena y el colibrí que colorea su página en blanco? ¿Cómo decir, que entre los árbole
"Transfiguraciones" es una ventana a la poesía universal, nacional y local desde una perspectiva crítica. Una pequeña contribución a la literatura.