Reconocer los méritos ajenos, aun cuando procedan de nuestros enemigos, es un principio básico de urbanidad.
Hace catorce años conocí al poeta Luis Mariano Rivera, lamentablemente ya fallecido, allá en su Canchunchú Florido, estado Sucre. En ese viaje recibí de sus manos un hermoso disco llamado Canchunchú en el Recuerdo, donde recita, La Guácara, La Cerecita y ¡Ay, qué bueno fuera!, este último poema goza de un extraordinario lirismo; Luis Mariano se manifiesta con nobleza desbordada, y recurre a las palabras de Jesús en Alta Voz, como soporte de su propia vida y ejemplo para los demás. Todo en él era natural, amaba las cosas simples, la florecita silvestre, su negra compañera, la campesina, su rancho: la casa de todos. Fue, indudablemente, un ser humano maravilloso y de una legendaria generosidad. ¡Que vuelen sus palabras junto con los pájaros por una eternidad, como diría el poeta José Joaquín Burgos!
***
¡Ay, qué bueno fuera!
si yo por esfuerzo
éxito obtuviera
y tú por mi triunfo
cariño sintieras.
¡Ay, qué bueno fuera!
si cuando yo busque
subir la escalera
y fuerzas me falten
tu mano me dieras.
Pero no es así
si voy adelante
hundirme quisieras
y si atrás me quedo
entonces te burlas
porque en el camino
me quedé a la vera.
Es el egoísmo
que tu alma enreda
en ruin mezquindad
y piensas las cosas
como a tu manera.
Mas aquel que luz
irradia hacia afuera
y esa claridad
al bien le sirviera
que no le preocupe
lo que el egoísta piense
como quiera.
Trayendo a recuerdo
esa sabia y noble frase
que Jesús dijera:
"sólo al árbol bueno,
que produce frutos,
se le tira piedras".
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