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Rememoraciones del Siglo de Oro

Tras sus párpados, el sol se resiste a morir.
Luis Britto García




Del Departamento de Lengua y Literatura de la Facultad de Ciencias de la Educación nos envía estas Rememoraciones del Siglo de Oro el profesor Gustavo Fernández Colón, (Valencia, estado Carabobo, 1964) Poeta, ensayista y articulista. Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura y Magíster en Literatura Venezolana, egresado de la Universidad de Carabobo. Es miembro del Centro de Investigaciones Literarias Enrique Bernardo Núñez e integrante del Grupo La 115, junto con Rodolfo Táriba Santaella, Álvaro Trujillo, Carlos Torres y Lázaro Silva.
Ha publicado parte de su obra en Zona Tórrida, Venezuela Analítica, el Suplemento Cultural de Últimas Noticias, Tiempo Universitario-UC y Urtext. Ganador del 1er Premio para Autores inéditos (mención ensayo) 2005. Obra publicada: La corriente nocturna (ensayos) por Monte Ávila Editores Latinoamericana. Colección: las formas del fuego.
Gustavo, tus poemas están nutridos con la savia de la tierra e invitan a un viaje endecasílabo que desemboca en los versos libres y desgarrados de una voluntad lírica envidiable.

I
Oh dulces prendas por mí mal halladas
de fiesta o luto cuando todo ardía
juntas habitan la memoria mía
son el sol que me sueña desde el alba

Vengan a mí, sin miedo, como niños
acogidos por los brazos de una abuela
sin rostro, hecha tan sólo de jirones
de periódicos y fotografías

Ellas son el espejo en que me miro
y no me reconozco, sin dolerme
son el aire que anima mis pulmones

y que saldrá a agitar otros parajes
con su rumor de flores
y cristales partidos
con su estela de rostros alejándose
en la corriente del olvido.


II
Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, hoy desvanecidos
o más bien transparentes como bruma
no ya de piedra sino aéreo vidrio

¿Dónde el dueño que sueña lo de adentro?
¿Dónde el dueño que sueña lo de afuera?
La casa en la que vivo va conmigo
Soy la casa que habito. La que vive

la vida que por mí otros han vivido
y vivirán después cuando el espejo
no muestre el rostro que pretendo mío

sino otros rostros que son, serán, han sido
mi propio rostro, el tuyo
éste que lees
sin saber si tú mismo lo has escrito

III
Éste que ves engaño colorido
ceniza de animal sin culpa, agreste
intrascendente, inerme, transitivo
de sus nudos desnudo hasta los dientes

¿A cuál nombre responde cuando llaman
las voces que mi voz ajena arroja
sobre un cielo de vidrio indiferente
custodiado por ángeles que duermen?

Ya no escucho las voces de los otros
sino mi propia voz hecha otras voces
a través de las bocas de la gente

de miles, de millones que han venido
que vendrán o que vienen
por las calles acercándose
tocándose los labios
para invitarme a oír mi voz
ausente

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